«… Fuimos derrotados, pero volveremos a levantarnos; ahora estamos en graves problemas, pero el Dios de Israel nos salvará» (Miqueas 7:8 TLA).

007. Licencia para fallar

Como algunos líderes ni se permiten ni conceden «licencia para fallar», al equivocarse entran en un tiempo de culpa que parece no tener fin. En vez de pensar en corrección —aprendiendo del error—, piensan en dimisión (abandonar). Si quien yerra es un miembro de su equipo, montan en cólera y hacen un destrozo peor que el causado por un elefante en una cacharrería.

Michael Jordán afirmó: «He fallado más de 9000 tiros en mi carrera; he perdido casi 300 partidos. 26 veces me han confiado el tiro ganador y lo he fallado. He fallado una y otra vez a lo largo de mi vida y por eso he tenido éxito».

Aunque tu meta es llegar a ser perfecto como tu Padre celestial (Mateo 5:48), e imitarlo como hijo amado (Efesios 5:1), no debes olvidar que te hallas inmerso en un proceso de refinamiento, el cual Pablo mencionó con sumo acierto en su carta a la iglesia de Filipos: «Dios empezó el buen trabajo en ustedes, y estoy seguro de que lo irá perfeccionando hasta el día en que Jesucristo vuelva» (Filipenses 1:6 TLA). Abandonar esta perspectiva es dañarte a ti y a otros. Se necesita toda una vida para crecer y aprender, no es cuestión de horas o días.

El buen liderazgo no se cocina en el microondas, sino en el horno y a fuego lento.

  • Moisés fue un líder manso que en alguna ocasión perdía los estribos.
  • El gran Elías pasó de la euforia a la depresión.
  • Job deseó no haber nacido.
  • David, el rey conforme al corazón de Dios, fue un pésimo padre.
  • El apóstol Pedro actuó con hipocresía y acabó siendo regañado por su correligionario Pablo.

Son muchos los casos de hombres y mujeres que, mientras crecían en su fe, batallaban con su humanidad.

Redefiniendo el éxito

Aunque la gracia divina opera en el corazón, no te convierte en don Perfecto. Confundir éxito con perfección es una grave equivocación. Una expectativa irreal de lo que se espera que seas o hagas puede generar una vida frustrante y llegar a truncar los sueños de otros (no olvides que un tipo amargado puede convertirse en un tipo amargante).

Winston Churchill decía: «El éxito es la habilidad de pasar de un fracaso a otro sin perder el entusiasmo».

Hace tiempo decidí concederme licencia para fallar (durante muchos años no lo hice y acabé frustrado). También se la concedo a los demás y espero que otros me la concedan a mí (al menos Dios lo hace). Con todo, no olvido que la gracia divina no es un permiso para hacer lo que me da la gana o una excusa para instalarme en la mediocridad. Tengo margen para fallar, pero no para matar (el pecado es muerte).

La misericordia de Dios no es una invitación a la dejadez, sino a la intrepidez; un estímulo para luchar y mantener la integridad. Si tu amor por Jesús es consistente te proporcionará el denuedo necesario para vivir agradándolo en todo tiempo.

Acepta tu humanidad

Cuánto daño puede causar un líder con expectativas irreales. Es urgente y necesario revisar el concepto de éxito. ¿Fue Jeremías un fracasado por ser rechazado? ¿Fracasó Jesús cuando, en cuestión de minutos, cientos de personas lo abandonaron? Es tiempo de entrar en el reposo de Dios, aceptando tu humanidad y falibilidad para no caer en la fatalidad; solo así te amarás, te hallarás en condiciones de perdonar los errores ajenos, y contarás con el estímulo necesario para vivir agradando a un Dios que, a semejanza del padre cuyo hijo abandonó la casa, está dispuesto a abrazarnos ¡pese a nuestro olor a cochinillo!

Muéstrate flexible también con tu gente. Permite que tus colaboradores puedan cambiar la tarea que realizan o renunciar a ella si caen en la cuenta de que no se ven capaces de llevarla a cabo o descubren que no era su lugar. Es mejor modificar, o incluso cancelar un departamento, antes que perder a una persona.

¿Dispones de licencia para fallar? ¿La tiene tu equipo?


Imagen cortesía de Marcel Eberle en Unsplash


4.9/5 - (10 votos)