Una de las más viejas adicciones: ¡la adicción al control!
Señalan los expertos en salud mental lo saludable que resulta sentir que tenemos el control sobre las circunstancias. Pero el problema surge cuando nos obsesionamos por querer controlarlo todo. Deberíamos saber y aceptar que algunas personas o situaciones no se hallan bajo nuestro control.
Los padres tienen el control sobre sus hijos mientras estos dependen de ellos, mas cuando alcanzan la juventud y abandonan el hogar para escribir su propia historia, la cosa cambia. Algunos padres pretenden extender el control sobre sus polluelos, aunque estos hayan abandonado el nido. Desconocen la diferencia entre interés y control.
Resulta perjudicial no identificar qué áreas controlas y cuáles no. Por ejemplo, tú controlas tu conducta, no la de tus vecinos; gobiernas tus palabras, no las ajenas. Muchas personas creen que su profesión es investigador o espía, y de ese modo se comportan en su diario vivir. Otros se sienten jefes en su empresa y prestan más atención a la puntualidad o rendimiento de sus compañeros, que a su excelencia en su puesto de trabajo.
Ocúpate de aquello que está bajo tu control
Decía el filósofo y moralista francés François de La Rochefoucauld: «Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe y saber lo que no se debiera saber». Así es, ¿por qué insistir en vigilar lo que no te incumbe? Reserva tus fuerzas para lo importante. Ocúpate en lo que debes saber y en saber si lo que sabes es correcto. No te obsesiones por aquello que no te compete saber. ¡Olvídalo! No es asunto tuyo. Controlar lo que otros hacen o dicen consume una cantidad ingente de recursos y energías. Quien así vive acaba extenuado.
La obsesión por el control es un repelente natural de la felicidad que aviva los celos, la rivalidad, la dominación, la intolerancia y otras malas conductas. La frustración del controlador puede degenerar en conductas violentas hacia los controlados. El controlador se convierte en un infierno para sí y para otros.
Un proverbio bíblico afirma: «Tan peligroso resulta meterse en pleitos ajenos, como querer agarrar por la cola a un perro bravo» (Proverbios 26:17 TLA). ¿Agarraste por la cola a un perro bravo? ¿Sueles meter las narices donde no debes? ¿Eres de esos individuos que creen firmemente que sin ellos el planeta tierra llegaría a detenerse y la raza humana acabaría extinguiéndose? ¿Te gusta dar consejos, aunque nadie te los pida? ¿Sueles arrimar tus oídos a conversaciones ajenas?
Quien asume que no todo lo debe ni puede controlar alcanza el descanso y evita no pocos conflictos.
¡La gente controladora es extremadamente infeliz!
Tomado del libro Doce deslices que nos vuelven infelices.
Imagen cortesía de Tobias Tullius en Unsplash