«Jesús salió de esa región y regresó con sus discípulos a Nazaret, su pueblo. El siguiente día de descanso, comenzó a enseñar en la sinagoga, y muchos de los que lo oían quedaban asombrados. Preguntaban: “¿De dónde sacó toda esa sabiduría y el poder para realizar semejantes milagros?”. Y se burlaban: “Es un simple carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón. Y sus hermanas viven aquí mismo entre nosotros”. Se sentían profundamente ofendidos y se negaron a creer en él. Entonces Jesús les dijo: “Un profeta recibe honra en todas partes menos en su propio pueblo y entre sus parientes y su propia familia”. Y, debido a la incredulidad de ellos, Jesús no pudo hacer ningún milagro allí, excepto poner sus manos sobre algunos enfermos y sanarlos. Y estaba asombrado de su incredulidad» (Marcos 6:1-6 NTV).

¿Cómo te sientes cuando dudan de tu potencial, se burlan de ti o menosprecian los humildes orígenes de tu familia, como sugiriendo que de tal palo no podrá salir buena astilla? ¿Cómo te tomas las cosas? ¿Eres vengativo? ¿Acumulas rencor? ¿Devuelves mal por mal? ¿Te destruyes a ti mismo? ¿Creas dependencias emocionales con tal de agradar a la gente? Recuerda que peor que un mal suceso es una mala reacción. Las reacciones tuyas pueden causar más daño que las acciones suyas.

Dos actitudes asombraron a Jesús: la fe extrema y la acentuada incredulidad. Resulta llamativo que muchos reconocieran en Jesús las marcas del poder y la sabiduría propias de la divinidad, pero lo rechazaran como mensajero del cielo. Malo es culpar a otros cuando el origen del conflicto está en uno, y malo es culparse a sí mismo cuando los causantes son otros. El Autor de la Vida fue incapaz de ejecutar grandes obras entre grandes escépticos. Aunque algo bueno sepas hacer, no siempre podrás hacer el bien que sabes hacer. Así es, la vida es interacción e interrelación, y, lamentablemente, muchas pelotas se hallan en tejados ajenos.

Tan amado por unos y despreciado por otros

Somos potenciales emisores y receptores de amor, indiferencia y odio. Algunas personas te amarán y otras te menospreciarán; unas querrán canonizarte y otras crucificarte. Incluso de una misma persona podrás recibir aprecios y desprecios.

El mismo Pedro que expresó: «… ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna… tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Juan 6:68-69 RVR1960), se encontró entre aquellos que, al ser derramado un perfume de gran precio para ungir al Señor, exclamó: «¡Qué desperdicio! … Podría haberse vendido a un alto precio y el dinero dado a los pobres» (Mateo 26:8).

No puedes controlar los afectos ajenos, pero sí los propios. Como sucediera con Jesús, tal vez te asombre la falta de certidumbre respecto a tu potencial, pero lejos de afectarte, bien harías en imitar su ejemplo. Después de tan lamentable capítulo de su vida, Jesús «fue de aldea en aldea enseñando a la gente» (Marcos 6:6). Haz todo el bien que puedas y no abandones tu misión. Ata corto a tus emociones y sigue tu camino. Como dijera Matthew Henry: «Si no podemos hacer el bien donde queremos, hagámoslo donde podemos».

Peor que no crean en ti es que no creas en ti. Jesús se asombró, pero no se deprimió; se extrañó, pero no se extravió. Hizo el bien que pudo y siguió su camino, no para refugiarse en el hoyo de la depresión, sino para extender su labor evangelizadora. Nada estorba tanto tu misión como la decepción que provoca una incorrecta reacción ante una mala opinión.

En El hombre que rehusó morir antes de tiempo, relato la siguiente anécdota. «Hace algunos años, una joven neoyorkina desarrolló una de las voces más prodigiosas que ha dado el mundo de la música. Aunque deseaba triunfar, todas las puertas se le cerraban por causa de su desproporcionada nariz. “No sé cuántas veces me aconsejaron que me hiciera la cirugía estética —comentaba ella—, pero siempre me negué, no solo por temor a que una operación pudiese afectar mi caja de resonancia, la cual me permitía destacar entre las demás cantantes, sino más bien por una cuestión de amor propio y de convicción profunda. Si Dios me había diseñado así, ¡sus razones tendría!”. Cierto día, un productor discográfico la escuchó cantar, y sin haberla conocido presencialmente, la llamó por teléfono. Pocos días después firmaba un contrato con la discográfica Columbia con la que grabó su primer disco. Su voz y su tenacidad la llevaron a convertirse en la cantante que más discos ha vendido en la historia de la música, y la mujer más veces premiada del mundo. Su nombre: Bárbara Streisand».

Muchos no sabrán apreciarte, pero, aunque ellos den la nota, tú no dejes de hacer música.

Tomado del libro Jesús y las relaciones humanas, de Miguel Ángel Acebal Riesco.


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