Si acudimos al diccionario en busca del significado del término «autoridad», hallamos lo siguiente:

  • Poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho.
  • Potestad, facultad, legitimidad.
  • Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia.
  • Persona que ejerce o posee cualquier clase de autoridad.

En opinión de muchas personas, autoridad es «poder para mandar». Se asocia la autoridad a un determinado cargo, a una elevada posición económica, a una forma de vestir característica, al hecho de elevar la voz, a poseer un temperamento carismático o, como no, a la acumulación de diversas titulaciones académicas.  

En nuestra humilde opinión, la autoridad verdadera es dependiente de la capacidad y la integridad. 

Poco sirve la capacidad sin la integridad, o sea, la aptitud sin la actitud. Las empresas y organizaciones ya no se conforman con contratar a una persona bien formada, procuran también que su vida interior presente una serie de cualidades imprescindibles para el desarrollo de su tarea y que contribuya a las correctas relaciones con otros miembros del equipo.

Tan importante como la inteligencia o capacidad cognitiva, son las inteligencias emocionales y sociales. 

Pero tampoco es útil la integridad por sí sola sin la capacidad o el conocimiento preciso para desempeñar una función. 

En resumen: la autoridad verdadera precisa capacidad e integridad.


Foto de Mateus Campos Felipe en Unsplash