Uno de los principales peligros del liderazgo es la arrogancia, definida en Wordreference como «altanería, soberbia o sentimiento de superioridad ante los demás». Qué bueno es sostener la perspectiva divina: El polvo es tu origen, la humildad tu destino y tu habilidad un regalo.

El salmista expresó: «¡Bendito sea el Señor, mi protector! Él es quien me entrena y me prepara para combatir en la batalla» (Salmo 144:1 DHH). No es fácil que el humilde acabe metiéndose en líos, pues junto a la humildad Dios le otorgará guía y dirección: «Guía a los humildes para que hagan lo correcto; les enseña su camino» (Salmo 25:9 NTV). Es mejor humillarse que acabar humillado; a Dios someterse que al diablo rendirse.

La arrogancia del liderazgo causa más de un quebradero de cabeza. Peor aún es el orgullo religioso, de todos el más peligroso (¿cómo convencer a quien está convencido de que «Dios le da la razón»).

El orgullo tiene muchos trajes y se viste con astucia. Tal vez debas arrojar la capa de supermán y humillarte ante tu Dios, porque un líder quebrantado se convertirá en un líder usado.

No hay guía más perdido que el que vive envanecido.

DOS PELIGROS LATENTES

Algunas personas te reprochan que todo lo haces mal; otras, por el contrario, afirman que todo lo haces bien. ¿Cómo es posible? Puede que te encuentres ante dos tipos de individuos: los primeros son los críticos, y los segundos —no menos nocivos— los aduladores.

Dos grandes peligros acechan la vida del líder: la condenación y la adulación. Martín Lutero decía: «Los ministros del evangelio deberían ser hombres que no se vean fácilmente afectados por los halagos y las críticas». Escapando del infierno de quien siempre te condena, puedes acabar en el horno de quien siempre te venera. Todo líder debe cuidarse de los aduladores, pues algunos usarán su adulación para tratar de alcanzar posiciones de influencia.

Conviene diferenciar adulación de motivación, pues Jesús fue un eficaz motivador, mas no un adulador. También debes saber que no todo el que te lleva la contraria es tu enemigo. En ocasiones, las personas que más te aman son aquellas que, valientes y humildes, se atreven a decirte la verdad, y pocas cosas hoy en día superan el valor de la franqueza y la verdad, pues la mentira —desgraciadamente— es un valor en alza.

Necesitas rodearte de gente que te motive y mantenerte alerta ante los críticos y los aduladores. De ambos se guardó muy bien Jesús. Su sabiduría estaba bien afinada para discernir las intenciones del corazón.

Cuídate de quien siempre se dirige a ti llamándote «maestro bueno». El halago puede ser el arma más efectiva para destruir al peor enemigo, porque en él muchos ven un regalo, y no un palo (lo que ciertamente puede ser). Duda de la intención de quien siempre te concede la razón. Tampoco permitas que el criticón erosione tu visión, pasión y misión.

Matthew Henry decía: «No desees saber qué dice la gente; si hablan bien de ti, se alimentará tu orgullo; si hablan mal, incitará tu pasión».

De vez en cuando encontrarás la señal de advertencia de peligro (P-25), la cual te advierte del peligro de hallar circulación en los dos sentidos. Sus dos flechas me recuerdan (figuradamente) el riesgo que supone dejarse llevar por la adulación o admitir la crítica destructiva. Una te eleva con indecencia y la otra te hunde sin clemencia.


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