Cuando desconocemos nuestro propio corazón

«Después de cantar un himno, salieron para el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: Todos vosotros os apartaréis, porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas se dispersarán. Pero después de que yo haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. Entonces Pedro le dijo: Aunque todos se aparten, yo, sin embargo, no lo haré. Y Jesús le dijo: En verdad te digo que tú, hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Pero Pedro con insistencia repetía: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y todos decían también lo mismo» (Marcos 14:26-31 LBLA).

Pedro tenía buenas intenciones al afirmar con determinación: «Aunque todos se aparten, yo, sin embargo, no lo haré». Es fácil precipitarse cuando desconocemos las profundidades del corazón. El corazón puede resultar un profundo e insondable abismo.

Ignorar las debilidades nos hará confiar ciegamente en nuestras posibilidades.

«Nada hay tan engañoso y perverso como el corazón humano. ¿Quién es capaz de comprenderlo?» (Jeremías 17:9 DHH).

«¿Cómo puedo conocer todos los pecados escondidos en mi corazón? Límpiame de estas faltas ocultas» (Salmo 19:12 NTV).

Aunque Pedro fue sincero y amaba al Señor, las circunstancias que pronto habrían de darse testarían su declaración. Pero no sería Pedro el único en envalentonarse, pues «todos decían también lo mismo». La confianza propia es vital a la hora de emprender nuevos proyectos, porque ¿cómo llevaremos a término grandes obras con diminutas certidumbres? Pero un exceso de confianza nos llevará a pensar que jamás negaremos a Cristo.

Las Escrituras advierten: «Pon toda tu confianza en Dios y no en lo mucho que sabes. Toma en cuenta a Dios en todas tus acciones, y él te ayudará en todo. No te creas muy sabio; obedece a Dios y aléjate del mal; así te mantendrás sano y fuerte» (Proverbios 3:5-8 TLA).

Santiago amonesta a quienes conciben el mañana con un punto de arrogancia y superficialidad: «Escúchenme, ustedes, los que dicen: “Hoy o mañana iremos a la ciudad; allí nos quedaremos todo un año, y haremos buenos negocios y ganaremos mucho dinero”. ¿Cómo pueden hablar así, cuando ni siquiera saben lo que les va a suceder mañana? Su vida es como la niebla: aparece por un poco de tiempo, y luego desaparece. Más bien, deberían decir: “Si Dios quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. Sin embargo, a ustedes les gusta hablar con orgullo, como si fueran dueños del futuro, y eso es muy malo. Si ustedes saben hacer lo bueno y no lo hacen, ya están pecando”» (Santiago 4:14-17 TLA).

Vuelvo a incidir en este aspecto: la autoconfianza es necesaria, pero cuidémonos del arrojo (osadía) que brota de la arrogancia, es decir, las declaraciones que hacemos desde el desconocimiento de lo que puede ocurrir. Con todo, no debiéramos juzgar al sincero Pedro ni a sus correligionarios. No sabemos que nos deparará el futuro y tal vez seamos nosotros los próximos tentados a negar al Señor y salir corriendo. Desechemos la crueldad del juicio sin piedad. ¿No es acaso fruto de la ignorancia? Todos somos candidatos al error y podríamos fallar a Dios y defraudar al prójimo.

Desechemos la crueldad del juicio sin piedad.

No tengamos en poco las advertencias de Jesús, pues nadie como él sondea las profundidades del alma. Advirtió a Pedro: «Tú… hoy… esta misma noche… me negarás tres veces». Mas este, aferrado a su autosuficiencia, se negaba a aceptar tal realidad. La lucha más estéril e inútil es la lucha contra Cristo y sus predicciones. Ignorar las cariñosas advertencias de Cristo nos llevará al caos emocional y espiritual. El autoengaño, originado por el desconocimiento de uno mismo, ofusca la razón. En ocasiones somos ágiles parlantes, pero torpes pensantes.

Conjuguemos el verbo fallar:

  • yo podría fallar
  • tú podrías fallar
  • él podría fallar
  • nosotros podríamos fallar
  • vosotros podríais fallar
  • ellos podrían fallar

«Conocer nuestra ignorancia es la mejor parte del conocimiento». Proverbio chino.


Imagen cortesía de Ante Hamersmit en Unsplash