En determinadas circunstancias sesenta minutos pueden resultar trascendentes.

El tiempo es un elemento infravalorado en nuestros días. Lejos de ser aprovechado, resulta frecuentemente derrochado. La historia ha venido revelando que los grandes hombres y mujeres del pasado saborearon el éxito porque administraron sabiamente cada minuto recibido. Orison S. Marden decía: «El perjuicio de una hora perdida no está tanto en el tiempo malgastado como en la fuerza desperdiciada. La pereza enmohece los nervios y debilita los músculos».

Quien malgasta el tiempo dilapida su vida. Quien desprecia el reloj propio despreciará sin rubor el ajeno y acabará por convertirse en una pesadilla para las gentes ocupadas. Abundan los ladrones de dinero y de tiempo, el cual es comparado con el oro.

Imagina cual sería tu realidad si a diario emplearas sesenta minutos a orar, o dedicaras el mismo tiempo al estudio de las Escrituras. ¿Cambiarían tus circunstancias si apartaras una hora para tu formación personal? ¿Y qué decir si «gastaras» una hora diaria en la capacitación de tu gente?

En el camino de la vida casi todo puede ser recuperado: el conocimiento con el estudio, la salud con las medicinas y los cuidados personales, o el dinero con el trabajo. Otro asunto es el tiempo perdido, el cual jamás regresará.

La manera como empleas tu tiempo dice mucho de tu carácter, valores y principios. Analiza en qué gastas el tiempo con el mismo empeño que dedicas a saber en qué se te va el dinero. Aplica los ajustes necesarios y no olvides el poder que tiene una hora al día para cambiar, no solo tu vida, sino la de aquellos que te rodean. 

Usa sabiamente los tiempos muertos. Puedes darles vida leyendo un libro o revista de actualidad mientras esperas en la fila del banco u otro lugar.

Recuerda que no solo pasa el tiempo, tú y yo también pasamos. No podremos dar marcha atrás en cuanto a asuntos de cronómetro se refiere. Agradece, pues, cada minuto de vida y administra sabiamente ese regalo llamado tiempo.

Photo by Joshua Hoehne en Unsplash