¿Buscando al amigo perfecto?

Uno de los principales generadores de infelicidad es la obsesión por la felicidad y por las experiencias placenteras. Pero si las enseñanzas de Jesús y la propia existencia revelan algo es que la aflicción forma parte de la vida. Explicaba el pastor Gerardo de Ávila que la vida es perfecta en su creación, aunque imperfecta en su administración. He aquí la cuestión: como las personas somos imperfectas, las decisiones que tomamos también lo son, y estas ocasionan no pocos conflictos.

Se puede experimentar la felicidad en los buenos momentos, pero también en los malos si administramos sabiamente algunos aspectos básicos de la vida. Jesús venció al mundo y esa victoria no se debió a la ausencia de aflicción, sino a la correcta administración de esta. Visto lo visto, cabe adoptar una actitud proactiva, pues si nos mantenemos reactivos estaremos depositando nuestro bienestar interior en manos ajenas. Dicho de otro modo, no podemos permitir que el mal humor de mi vecino afecte mi bienestar y mi destino.

Mientras saboreaba un delicioso café en un bar, el mensaje de un pequeño cartel llamó mi atención: «Hoy hace un buen día, ¡verás como viene alguien y lo fastidia!». Aunque el cartelito tenía su gracia, no implica que tuviera razón.

En vez de obsesionarnos con lo que nos harán, deberíamos aprender a reaccionar ante lo que nos harán. Si imitamos la actitud de Jesús ante la acritud, todo funcionará mejor y seremos más felices. No nos obsesionemos, pues, con lo que vendrá, sino en aprender a ser buenos administradores de la vida.

Jesús escogió a doce hombres que le acabaron generando más de un problema. Se peleaban entre ellos, su incredulidad fue causa de conflictos, y hasta se atrevían a sugerirle que cayera fuego del cielo para destruir a la «competencia». Uno era traidor y avaro. Otro parecía el más leal y decidido, pero acabó negando al líder.

Jesús no buscó a gente perfecta. Trabajó en las personas imperfectas para llevarlas a la perfección (madurez).

Muchos individuos evitan a todo aquel que no le aporte algo positivo, esquivan a los heridos junto al camino, no se juntan con «pecadores y publícanos», y viven en guetos. Huir del mundo no es un buen modo de influirlo.

«Debemos aceptarnos unos a otros como Jesús nos aceptó. … porque toda relación personal se basa en la aceptación, aunque tendemos a pensar que se basa en las similitudes… Las relaciones más fuertes a menudo tienen lugar entre los que son más diferentes… aquellos que han aprendido a aceptar sus diferencias en lugar de exigir que otros se vuelvan exactamente como ellos».[1]

Algunos de los individuos que más quebraderos de cabeza me causaron acabaron convirtiéndose en fieles discípulos de Jesús. No traté de evitarlos ni los rechacé; escogí permanecer a su lado para formarlos, mientras ellos pulían —con su particular comportamiento— mi arrogancia y paciencia, y ponían a prueba mi constancia, amor y fe.

Yo también he generado más de un malestar a otras personas que me amaron y mostraron una paciencia infinita conmigo. Lejos de rechazarme, aceptaron que la felicidad pasa por aprender a amarse los unos a los otros.

No tratemos de ser selectivos desechando a quienes causan inconvenientes. Procuremos ser incisivos amando a la gente.

Sin la aceptación de esta verdad la vida se tornará muy cuesta arriba. No existen las personas perfectas. ¡Tú mismo eres imperfecto!

No existe el amigo perfecto. Si andas en su busca acabarás frustrado y frustrando a otros. Partiendo de la base de que nosotros no somos perfectos, ¿cómo podemos exigir perfección en otros? ¡No tiene sentido!

Pese a las incomodidades que se presentan a menudo, creo que la vida es hermosa. Me gusta disfrutarla valorando lo que soy y lo que otros son.


Tomado del libro Jesús y las relaciones humanas. Conduce tus relaciones humanas a un nuevo nivel.


Foto de Dim Hou en Unsplash


[1] Holladay, Tom (2008). Principios de Jesús sobre las relaciones. (Pág. 107).

Editorial Vida.

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