Vieja, pero que muy vieja, es la queja. Es tan antigua como el ser humano y causa estragos allá donde se presenta.

La queja afecta:

  • A ti mismo. A tu carácter —lo que eres—, y a tu reputación —lo que reflejas—.
  • A Dios. Quejarse es un modo de culpar a Dios por lo imperfecto de las personas o de las circunstancias. A quien entregó la vida de su Hijo para salvarte, le duele tanta queja e ingratitud.
  • A las personas. La queja contamina el ambiente y fastidia el día a la buena gente. ¿A quién le agrada pasar su tiempo en compañía de un «pupas»?

Thomas Carlyle escribió: «Nunca debe el hombre quejarse de los tiempos en que vive, pues no le servirá de nada. En cambio, en su poder está el mejorarlos».

Tal vez la queja produzca un gran placer, pero nunca será de larga duración.

Algunos individuos son quejicas profesionales; tras salir de su entidad bancaria protestando por el largo tiempo de espera, entrarán al supermercado y comenzarán a quejarse al ver tanta gente ante las cajas.

La queja siempre anda en busca de culpables

Un octogenario caballero gruñía por todo; cansada del mal ambiente que este creaba, su pequeña nieta aprovechó la siesta del viejito para untar su tupido mostacho con un queso de esos que huele a rayos. Cuando el abuelito despertó, montó en cólera y comenzó a gritar a su hija por tan horrible pestazo en el salón. Cuando las aguas se calmaron, la nietecita le mostró a su airado abuelo la procedencia de tan desagradable aroma: ¡su bigote! Como era habitual, el protestón llevaba encima el problemón.

La queja se presenta también cuando contemplamos a personas o cosas como objetos que han de servirnos sin tregua y error. Por eso, cuando el PC falla, aparece la queja. Pero protestar no arregla los microchips del ordenador; lo mejor es buscar una solución sin perder la calma.

Para vencer la queja debemos salir de nosotros mismos, volvernos más sencillos, desarrollar la creatividad ante los problemas, idear soluciones, y comenzar a practicar la gratitud.

Empleemos las energías innovando, no murmurando.

La queja mucho estorba y poco aporta.


Imagen de Andre Hunter en Unsplash


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