«Potifar se enfureció cuando oyó el relato de su esposa acerca de cómo José la había tratado. Entonces agarró a José y lo metió en la cárcel donde estaban los presos del rey. José quedó allí…» (Génesis 39:19-20).

Inocente ¡y a la cárcel!

Un fragmento del artículo 24 de la Constitución Española reza así: «Todos tienen derecho al Juez ordinario predeterminado por la ley, a la defensa y a la asistencia de letrado, a ser informados de la acusación formulada contra ellos, a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías, a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables y a la presunción de inocencia».

«La presunción de inocencia es un principio jurídico penal que establece la inocencia de la persona como regla. Solamente a través de un proceso o juicio en el que se demuestre la culpabilidad de la persona, podrá aplicarse una pena o sanción. Es, en definitiva, la idea de que todas las personas son inocentes hasta que se demuestre lo contrario. El principio de presunción de inocencia es básico en el ámbito del Derecho Penal».[1] Pero el sistema de justicia egipcio estipulaba: «Eres culpable hasta que se demuestre tu inocencia».

«Cuando una persona era sospechosa de haber cometido un crimen, era arrojada a la cárcel hasta que llegara la hora de su juicio. Muchas veces el juicio no se llevaba a cabo, o no sucedía en años».[2]

Quien obre mal tendrá que hacer frente a las consecuencias, pero qué fastidio sentirá quien acabe metido en problemas ¡por obrar honestamente! Así de compleja puede resultar en ocasiones la vida. A José se le aplicó corrección por actuar con corrección, siendo injustamente tratado. No pudo demostrar su inocencia, pero sí pudo contar con la paz de Dios, la cual recibe el justo y todo aquel que es fiel a los principios divinos.

El dramaturgo español Jacinto Benavente decía: «Lo peor que hacen los malos es obligarnos a dudar de los buenos». El mundo está repleto de personas que callan cuando deberían hablar y de otras que hablan cuando deberían callar. Como afirmara el escritor Miguel Delibes:

«Cuando a la gente le faltan músculos en los brazos le sobran en la lengua».

En un diario de Ontario (Canadá) apareció el siguiente aviso: «El lector quizá encuentre algunas erratas de imprenta en este diario. Tenga en cuenta que son intencionadas. Este diario trata de imprimir algo para todo el mundo, y hay personas que siempre buscan las faltas».

José era un joven bien enfocado y tan pegado a Dios que el diablo no encontró lugar donde meterse. Su rectitud se convirtió en un espejo que le devolvería a la mujer de Potifar la imagen de su lujuria. El brillo del justo es un espejo que refleja la realidad de los malvados, por esta razón es rechazado o agredido por medio de palabras o acciones. Sin necesidad de hablar, su vida de integridad incomoda a la maldad.

Los juicios injustos, los malos entendidos, las interpretaciones subjetivas y otras malas hierbas forman parte de esta jungla en la que a diario nos movemos. Muchas personas no aceptan esta realidad y tratan de recluirse en su burbuja de cristal para evitar ser heridos. Como no saben lidiar con los juicios y las críticas, acaban paralizados, echando a perder su pasión y propósito originales.

Una de las dependencias más nocivas del ser humano es la adición a la opinión. Obsesionados con lo que otros hacen, descuidan lo que ellos deben hacer. Olvidan que una pésima reacción a una mala acción es lo que daña el corazón.

«Nada con que nos encontramos nos conduce a una mayor y más rápida pérdida del control que el hecho de que nos critiquen. Asimismo, es más difícil recobrar el control cuando nos han criticado en otra situación».[3]

Tus reacciones son como filtros: de hallarse en buen estado cribarán toda inmundicia y basura que trate de penetrar en ti. No es posible controlar lo que la gente hace o dice, pero sí puedes controlar el modo en cómo reaccionas a ello. Piensa que los juicios o las críticas no dicen tanto de ti como de quien las dice, o sea, «lo que Pedro dice de Juan, dice más de Pedro que de Juan». A Jesús lo tuvieron por borracho y amigo de gente de mala reputación. ¿Se puso nervioso por ello? ¿Comenzó a golpear las puertas o a patear todo lo que encontraba en su camino? ¡No!

«Cuando lo insultaban, jamás contestaba con insultos, y jamás amenazó a quienes lo hicieron sufrir. Más bien, dejó que Dios lo cuidara y se encargara de todo, pues Dios juzga a todos con justicia» (1 Pedro 2:23 TLA).

¿Qué importancia tienen las opiniones de la gente cuando, por hacer la voluntad de Dios, te acusan de ser diferente? Libérate de ese yugo opresor reservando tus oídos al Señor.  No debes tomarte las cosas muy a pecho, ¿acaso no has criticado a alguien en más de una ocasión? Recuerda el refrán:

«Si cuando fuiste martillo no tuviste clemencia, ahora que eres yunque ten paciencia».

En un corto periodo de tiempo José fue arrojado dos veces al hoyo: por causa de sus hermanos y de las patrañas de una mujer lujuriosa.

Las malas palabras, los juicios y las burlas nos acechan; se presentan sin permiso en el lugar de trabajo, nos siguen por las calles y hasta entran en nuestros hogares e iglesias, pero un perseguidor de sueños no permite que tales circunstancias arruinen sus planes; otros, en cambio, han permitido que acciones y palabras externas apaguen su fuego interno, abandonando por ello la carrera que tiempo atrás decidieron iniciar. John Maxwell, conocido autor y experto en liderazgo, escribió: «La fe en ocasiones comienza cuando nos metemos algodón en los oídos». Quien teme el juicio final no debería temer los juicios intermedios. Siempre termina en el desquicio quien vive pendiente del juicio.

Ralph Waldo Emerson afirmaba: «No importa el rumbo que decidas seguir, siempre habrá quien te diga que estás equivocado. Siempre surgirán dificultades que te tentarán a creer que los que te critican están en lo cierto. Trazar un rumbo de acción y seguirlo hasta el fin requiere de valor».

Lo explicado hasta ahora no debe eximirte de escuchar ciertos consejos o críticas. Debes saber a quién prestar tus oídos y a quién negárselos. John Maxwell enseña unas pautas para saber cuándo se hace necesario prestar atención a una crítica.

«Escucha al crítico cuando:

  • La persona que te critica te ama incondicionalmente.
  • La crítica no viene empañada por su propia agenda personal.
  • La persona no es de las que todo lo critica por naturaleza.
  • La persona continuará brindándote su apoyo después de haberte dado su consejo.
  • Él o ella tienen conocimientos o éxito en el área que está criticando».[4]

Si el crítico no reúne estas condiciones, tendrás que descansar como habitualmente lo haces: ¡cerrando tus ojos y oídos!

Cuando Dios calla

¿Por qué José fue puesto en la cárcel habiendo actuado honestamente? ¿Por qué Dios lo permitió? ¿Te has preguntado alguna vez dónde está Dios en tus sufrimientos?[5]

En ocasiones Dios no responde en el mismo canal en el cual le planteas las preguntas, y por eso no logras escucharlo. El respaldo de Dios sobre José resultó evidente por el hecho de que una vez más prosperó e hizo prosperar a otros. La respuesta que anhelaba José era liberación, en cambio Dios le envió el mensaje prosperidad. Los caminos del cielo y los de la tierra son bien distintos, por eso nunca debes relacionar el silencio de Dios con el olvido de Dios.

Para conquistar tus sueños deberás escoger qué palabras oír y cuáles obviar. Sobre todo, no te lleves mal con el abogado que te ha de defender y con el juez que te ha de juzgar.

Adopta la actitud de Pablo, siervo de Jesús. «Por mi parte, muy poco me preocupa que me juzguen ustedes o cualquier tribunal humano; es más, ni siquiera me juzgo a mí mismo» (1 Corintios 4:3 NVI).

Tomado del libro El hombre que rehusó morir antes de tiempo.


Foto de Ben White en Unsplash


[1] Tomado del Sitio Web www.derecho.com

[2] V. Gilbert Beers. Un viaje a través de la Biblia.

[3] William Glasser. Control Theory: A new explanation of how we control our lives.

[4] John Maxwell. Vive tu sueño.

[5] Si buscas respuestas a los interrogantes que plantea el sufrimiento humano te recomiendo el libro de Philip Yancey que lleva por título Desilusión con Dios.

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