La pereza mental es una barrera en nuestro camino hacia el éxito.

Es importante comprender lo que se lee. ¿Recuerdas el encuentro de Felipe con el etíope? (Hechos 8:26-39). Este leía un texto del profeta Isaías, cuando el evangelista le preguntó: «¿Entiendes lo que lees?».

La duda surge ante la escasez de comprensión y se mantiene por el exceso de pereza, en otras palabras, nace con la ignorancia y crece por la vagancia. La pereza no solo se manifiesta en los músculos, sino también en la cabeza.

La pereza mental es habitual y consiste en no invertir el suficiente esfuerzo en alcanzar el entendimiento. Quien padece esta enfermedad manifiesta saltitos: si durante su lectura se tropiezan con una palabra o sección que no comprenden, ¡se la saltan! No se plantean abrir un diccionario o un comentario en busca de respuestas. Su curiosidad (el principio de la inteligencia activa) se esfumó tiempo atrás.

La pereza es la flojera que envuelve a un individuo y le impide alcanzar su máximo potencial o lo inclina a demorarse en lo esencial. A veces no entendemos lo que sabemos porque no queremos.

Alcanzar el entendimiento proporciona una sensación placentera a los buscadores de respuestas. ¿Nunca has vivido ese momento cuando, después de muchos intentos, lograste comprender algo que hasta entonces parecía velado? ¿No exclamaste emocionado: «¡Ahora lo entiendo!»? Lo mismo experimenta quien se esfuerza por entender los misterios espirituales «abiertos» (otros han sido velados según leemos en Deuteronomio 29:29). Algunos asuntos Dios los vela y otros los revela.

Muchos sufren de un espíritu de juicio que los lleva a la descalificación. Cuando se les invita a demostrar la solidez de sus argumentos, se evaden o esgrimen alguna respuesta imposible de digerir. En el fondo, padecen pereza mental y, como consecuencia, tildan de malo todo aquello que no encaja en su reducido espacio mental. Al no usar ese divino regalo llamado cerebro, se vuelven vulnerables y terminan creyendo cualquier tontería. Como no usan su cabeza, les cuesta reconocer a Cristo o a determinadas personas como cabezas (autoridades).

Renuncia a la pereza mental. Desconéctate de todo aquello que adormezca el potencial de tu cerebro.


Imagen cortesía de Mert Kahveci en Unsplash


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